sábado, 28 de abril de 2012

Los Personajes del Caribe

Aprovechando unos días libres y para sacudirnos de la tristeza que agobia nuestras vidas, las dos miserables de siempre nos enrumbamos a Cancún, esa lengua de tierra de tan sólo 23 kilómetros de largo al noreste de la península de Yucatán y que el mar Caribe se encarga de bañar. Esta vez nos acompañó Nicolás para completar, que duda cabe, un trío incomprensible. Nico es el más feliz del mundo y nosotras lo odiamos y de paso, también, a sus habitantes.
Olla o nido de serpientes para los mayas, Cancún es una ciudad inventada para el goce y el olvido. Ciudad inimitable e insuperable. Ciudad de personajes entrañables. Y he aquí una muestra de ellos.
I am Sam” from Minnesota.
Existe una delgada línea entre ser bonachón y ser pelotudo, y el buen Sam no sólo la cruzó sino que se fue en caldo hasta el otro extremo.
El muchacho había llegado solo a Cancún, detalle que nos quedó bastante claro al ver el peculiar bronceado que llevaba. Era obvio que no tenía quien le echara una mano con el bloqueador. Sam era ya objeto de nuestras burlas, cuando Nicolás, loco por conseguirnos novio, nos lo presentó. Mala Idea.
Después del educadísimo apretón de manos empezó el interrogatorio al nuevo amigo que a todas luces parecía amused por las dos borrachas. Sin contemplaciones fuimos directo a lo que más nos interesaba: ¿Por qué estaba solo en Cancún? “My girlfriend dumped me”.
Juraría que vi un amago de puchero en su cara. Cerré los ojos, me mordí los labios y traté de pensar en algo muy triste para no reír.
Lo hubiera logrado si no fuese por esa maldita curiosidad. Esas ganas de saber más, de descubrir a otro miserable más en el mundo.
Continuamos con la pesquisa a lo good cop, bad cop,  Sam finalmente afloja y cuenta que ya tenía los boletos comprados y dadas las circunstancias había decidido viajar solo. “¿ibas a venir con ella?” pregunto con sonrisa de Pedro Navaja con diente de oro que cuando ríe se ve brillando. Sam, baja la mirada y asiente derrotado. Exploto.
La mitad del trago se me sale por la nariz y la otra la escupo cual chamán norteño. No puedo parar de reír. 
Hay que aceptar que al menos la chica tuvo la integridad de terminar con Sam antes de la luna de miel, yo lo hubiese mandado a cagar en la fría Minnesota solo después de haber disfrutado del sol, el mar y la champaña.
Roman, el moscovita.
Lo conocimos la primera noche que salimos, a duras penas y entre gritos y música pude entenderle que se llamaba Roman y que venía desde la lejana Moscú. Era casi un adolescente con los ojos azules y gigantes. Dos lagunas para perderse en ellas. Tan lindo que sólo podía ser gay.
Andaba con un pelado con cara de pocos amigos y evidentemente varios años mayor que él. Roman parecía una especie de toy boy ruso.
La última noche nos lo volvimos a encontrar, llevaba un pantalón pitillo verde apretadísimo y como único accesorio el par de ojitos azules.
Nos abrazamos como si nos conociéramos de toda la vida y esa noche entendí algo más en su inglés moscovita:” yourrrrr smile” mientras me señalaba la carita y yo me derretía.
Nos escapamos por un rato del pelado gruñón y nos volvimos locas por Roman, baile, fotos, tragos, besos, más baile, música, risas, hasta que desgraciadamente, nos encontró la versión mother russia de Gargamel, nos lo arrebató de un tirón y con su dedo medio en alto nos hizo entender que odiaba a las pitufinas zorras. Game Over.
El New Zealander
De éste no sabemos su nombre y mejor que así sea.
A este personaje caribeño lo encontramos una noche a la salida del antro. Solo traía puestos sus calzoncillos, nada más. Descalzo, borracho hasta la vereda de enfrente y con la espalda llena de arañones como si varias gatas hubieran estado jugando con él, corría en círculos alrededor del puesto de hotdogs blandiendo en forma de trofeo una bolsa de pan bimbo que le había robado al vendedor, era sin duda una palomillada pero tenía a la policía y al guey del puesto corriendo detrás del chiquillo para recuperar el botín y a todos los futuros comensales, entre ellos nosotros, muertos de hambre esperando que termine la trifulca.
Cuando finalmente el new zealander es reducido y la bolsa de pan bimbo recuperada solicitamos nuestro hotdog de 20 pesitos: “con cátsup por favor”. En el preciso instante de la entrega el new zealander vuelve a la carga,  nos arrebata el hotdog con cátsup y lo engulle tan rápido como le es posible. Se caga de risa. Hijo de puta. Otro hotdog. Con cátsup por favor. Esta vez nos cubrimos las espaldas para no dejarnos sorprender y comimos, veloces, el hotdog. Lo logramos. Hora de regresar.
El chiste gallego
Era la sensación en la pista de baile, el Travolta de Cancún, los amigos(¿?) le levantaban el dedo pulgar en señal de like this, reían y le tomaban fotos y videos desde todos los ángulos. Claro y ¿cómo no hacerlo?  El chico toneaba con la fémina más vieja y reblandecida del lugar. La nonna del antro. La mamama del boliche. La bobe del nightclub. Nosotros, que gozábamos del show desde nuestra privilegiada ubicación, y que ya para esas horas de la noche se había puesto intenso y peligrosamente romántico, elucubramos dos hipótesis para semejante despropósito: El chico acababa de regresar de alguna misión en Irak o había salido de la cárcel la semana anterior. No había de otra.
El espectáculo llegó a su clímax cuando entre vítores y aplausos la abuela y el Christian Suárez wannabe salieron, agarraditos de la mano, del local. Increíble.
La noche mantuvo su ritmo y cuando creíamos que el show había terminado la adulta mayor estaba de vuelta, bailando y chapando con otro mozalbete igual de borracho que el primero.
Buscamos con la mirada al ex soldado/convicto y cuando finalmente lo encontramos estaba bañado en lágrimas y era consolado por los amigos que horas antes lo habían aplaudido por la heroica hazaña.
Poco después nos enteramos que era gallego. No sé cómo se nos pasó la tercera hipótesis: la teoría del borriquito. Los chistes no son por las huevas.
Los Tomi Totomas
Ah! Los grupos de chicos. Están en todas y en todas quieren ser los reyes del mambo. Eran una docena, todos rubitos, zampados y guapos.
Nos rondaban como abejas y nosotras no podíamos más del disfuerzo pero por más que nos gustaran no estábamos dispuestas a pasar toda la noche bailando con ellos sin antes hacer un reconocimiento del lugar y ver si había alguna presa más apetecible. “¡Hay que dejar a estos imbéciles y vamos a pasear!” En ese momento, uno de ellos me toma por el brazo, me jala hacia él y me dice: “Che, te estamos entendiendo todo lo que decís eh!”. ¡chucha! eran argentinos. Ataque de Risa.  
Mi novio se llamaba Tomás y era surfista profesional. Viajaba constantemente y según él lo hacía con nuestra compañía. Bullshit pensé, los argentinos son especialistas en artilugios para conseguir sus objetivos.
Sin embargo me sorprendió mostrando su tarjeta de viajero frecuente y anticipándose a la noche de pasión que soñaba tener me dice: “te vas a poner tu uniforme bordaux?” Ataque de risa. ( otra vez ) ¡Pónete seria Claudia! WTF!