lunes, 18 de febrero de 2013

El amor en los tiempos del Feis


A pocos días del infame día del amor y la amistad, una pequeña angustia me persigue cada vez que digito la contraseña para ingresar a mi cuenta de Facebook. Me reto a no entrar para no arruinarme la mañana pero, como es menester en mi vida, fracaso. Solo un ratito, me autoengaño. ¡Y ahí está! una nueva y pública declaración de amor de Sandro para su flaca de turno.

Sandro Palacios Rivas -------> Marita López Escobar


Bebé pechocho, te extraño taaanto, eres mi vida, mi razón de ser y siempre te amaré. Me completas y me llenas de felicidad. Te amoooooo mil”.

Me cago. Y no precisamente de risa. Me invade una ira animal pero intento poner en práctica la milenaria técnica de autocontrol que mamá me enseñó cuando era tan solo una niña ingobernable: contar hasta diez. Cierro los ojos, inhalo profundamente y exhalo despacio. Uno. Cierro los ojos, inhalo profundamente, me rindo y estallo. ¡Rechuchetumadre!. ¿Es acaso absolutamente necesario que el mundo entero se entere de la cantidad exacta de amor que le profesas a tu flaca?. ¿En serio crees que nos importa si la amas mil o mil uno o mil dos?.

Con el vómito atorado aún en la garganta, busco algún cómplice que comprenda y apoye mi furia. Los encuentro, como tenía que ser, entre mi cada vez más reducido grupo de amigos. Me alegra saber que otros comparten mi desprecio por los
narciso-exhibicionistas necesitados patológicamente de ventilar sus apapachos y demás intimidades. M
e complace saber que no estoy sola, que gozo de apoyo y que mi temor de ser la única persona capaz de odiar a gente feliz es infundado. Hay más como yo.

Unilateral y arbitrariamente dictamino que si Sandro y los de su especie, dicen algo que yo no podría decir ni después de haber libado todas las existencias de tequila de Jalisco, el problema es grave. Gravísimo. No importa si provengo de una familia disfuncional donde las chicas apenas casadas y aún enfundadas en lindísimos vestidos de novia son capaces de gritarle al esposo que lo odian y a su puta familia, de pasadita, también. Menos importa si esa misma familia todos los 24 de diciembre adelanta media hora el reloj porque para las 11:30 de la noche ya comió, ya chupó, ya entregó todos los regalos y ya no se soporta un minuto más junta. No. No importa.

Decididamente Sandro tiene un problema y descubro que tengo el deber moral de ofrecerle mi ayuda. Decido actuar en consecuencia y emprendo una cruzada particular. Para llevarla a cabo, contacto con un amigo psicoanalista que vive y trabaja en Buenos Aires. Le pido el inmenso favor de desasnarme en el tema y que intente ilustrarme en las posibles causas y móviles que motivarían a un hombre enamorado a abandonar el decoro y sin ningún tipo de tabú descubrirse a vista y paciencia de una comunidad por demás fisgona y narcisa. Deliberadamente oculto que odio a Sandro con todo mi corazón de peluche, que reprimo unas ganas enfermizas de insultarlo allí mismo, en su amoroso muro, que secretamente deseo que un cocodrilo le mastique la cara y que está a una más de ganarse el siempre humillante unfriend.

Así es como llego a Buenos Aires, y una preciosa y soleada  mañana de octubre me reúno con el profesional en un café del barrio de Belgrano. Ha tenido el gesto amable de salir de su consultorio para prestar atención a mis dudas tendenciosas y mal intencionadas. Es grandote y lleva barba. Tiene un vozarrón intimidante pero al verme, dice: “Yo también los odio”. Sonrío. Inmediatamente sé que nos llevaremos bien.

Mientras engullo una cantidad casi letal de medialunas escucho atenta a mi interlocutor elucubrar diferentes teorías sobre el tema, tomo notas y deseo haber sido en alguna vida pasada una sexy taquígrafa.

Entre conceptos como intolerancia a la ausencia, voracidad, posesión, incapacidad de desligarse, la catástrofe como resultado de la espera, atemporalidad e inmediatez, uno llama poderosamente mi atención: Esfinterización Mental. La mente como esfínter. ¡Chucha!. ¡Bingo!. Sonrío nuevamente. Estaba en lo cierto y empachada de orgullo y medialunas me tomo la libertad de emitir un diagnóstico. Mi amigo Sandro sufre de Nula Controlabilidad del Esfínter Mental. ZMSC por sus siglas en inglés. La nueva pandemia, incubada, transmitida y viralizada en esta, cada día más insoportable, vida virtual.

En pocas y más sencillas palabras: Sandro es incapaz de cerrar el agujero que tiene en la cara. Problemilla que no deja de sorprender o preocupar, porque sus papis hicieron un excelente trabajo al entrenarlo para dejar los pañales. Aprendió a aguantar y ajustar como los machos hasta encontrar el primer baño disponible.

Sin haber sufrido grandes traumas en su niñez, hoy es un adulto exitoso y funcional que no anda cagándose en las reuniones de negocios a las que asiste sin falta. Tampoco se caga en la disco de moda ni en la playa.

Es perfectamente consciente de que hay cosas que se hacen en privado por el bien de todos. Como mucho lanzará uno que otro pedo cuando sabe que puede echarle la culpa a otro. Pero, ¿quién no lo ha hecho alguna vez?.
En líneas generales, Sandro es un tipo in control. In control de su vida y sus esfínteres. Menos uno, lastimosamente.
Con el diagnóstico ya confirmado y para ayudarte a determinar si lo que necesitas para superar esta neo-patología es, psicoanálisis, algún grupo de apoyo, terapia de electroshock, fármacos, curas de sueño, hipnosis, alineación de chacras, pasada de cuy, baños de florecimiento o lo que chucha sea; debes responder básicamente una pregunta. Dinos, Sandro, por el amor de Dios, ¿si puedes esperar llegar a casa para cagar porque no puedes esperar llegar a casa para amar?