domingo, 14 de septiembre de 2014

The Biggest Loser


Ser gorda es una maldición. Y no una maldición cualquiera o de mala muerte, que podría ser fácilmente neutralizada con los escupitajos mugrientos de un chamán norteño. No. La maldición de la gordura es de aquellas que se arrastran por generaciones, como la de los Grimaldi, la nobleza mas cool y ociosa de Europa, o los Kennedy, herederos de Jackie O. y Camelot.
Una gorda embrujada vidas atrás ya lo intentó todo o casi todo para deshacerse de los indeseados y nada atractivos kilos demás que algún antepasado le endilgó inmerecidamente. Cada lunes empieza una nueva dieta, método o ejercicio. O una triste e inútil combinación de los mismos.

Ya hizo rico a Jorge Hané comprando ilusionada Reduce Fat Fast. Sufrió en carne propia el dolor de panza causado por Yotor el adelgazador. Se cagó de frio colocándose las vendas de criogenia. Se asqueó con la dieta de la sopa. Probó toditos los remedios caseros y trucos de la abuela. Se le deformaron los nudillos de tanto vomitar hamburguesas y se desmayó en incontables ocasiones al intentar mantenerse con vida ingiriendo, como la Moss, una aceituna al día.

Hay gordas, que presas de la desesperación se someterían, inclusive, a alguna de las radicales cirugías que se ofrecen en el menú antigordos de las clínicas y consultorios privados. 
¿Será La banda? ¿La manga? ¿El bypass? ¿El balón? Medirán su IMC y dependiendo de la cantidad de gerber que quieran comer por el resto de sus vidas y del crédito disponible en sus tarjetas, tomarán la decisión con la ayuda de su muy interesado y mercantilista gastroenterólogo.
Hasta la más inteligente y preparada de las gordas cree ingenuamente en cualquier huevada que le prometa una figura delgada y porte atlético pero sobre todo permanente. Con esa fe ciega y digna de un apóstol la gorda se las cree todas. La gorda le cree inclusive a la flaca que hasta hace seis meses no era otra cosa que una marrana de mierda que se comía cuanta porquería le pusieran en frente y que hoy con algunos kilos menos, se las da de evangelista de la vida sana y el ejercicio. Vendedora de las ventajas del brócoli sancochado y enemiga declarada de las grasas trans. A ver cuánto te dura expuerca. Pero eso se acabo. C'est fini.
Hoy gordita, te voy a revelar el secreto mejor guardado, el más custodiado, el santo grial de las dietas, el arca de la alianza del adelgazamiento. Todo for free. ¡Si! Así como lo escuchas, no down payments, no credit cards, ninguna trampa, ningún artilugio, ninguna artimaña. Un método probado, comprobado e infalible. La pura purita. Aquí lo tienes.
El primer paso, gordita, es fácil e indoloro: tienes que volverte loca de amor. Enamorarte como quinceañera del hombre más maravilloso que haya visto la tierra jamás. Tienes que sentir que tu vida empezó al conocerlo y que es tu alma gemela enviada por los dioses del olimpo para hacerte feliz. Tu complemento. El merengue en tu suspiro de limeña. Debes sentir que andas diez centímetros por encima del piso, que levitas. Animarte a sonreír porque sí y parecer una demente a la vista de los otros. Tienes que sentir que todo en el universo los conecta y que una magia extraña los ha unido y que no habrá fuerza de la naturaleza capaz de separarlos. Enajenada deberás creer que el destino les depara una montaña rusa de emociones extremas y hermosas jamás sentidas, deberás compartir madrugadas con risas y besos, besos y más risas. Recibirás ramos de rosas por nada, porque eres churra, su churra.
Te cantará la más linda de las milongas y para coronar la fantasía te dirá que irán a París. La ciudad de la luz y del amor. El más bello y romántico de los escenarios. Tu historia no podrá ser mejor. Saldrás corriendo a comprar el candado que sellará tu amor por el resto de la vida y lo cerrarás en el pont des Arts. La llave, como dicta la tradición, será lanzada al río y abrazada a él sentirás que todo es posible.
Para ese momento, gordis, ya habrás dejado de dormir y eventualmente de comer tus habituales bocadillos. Desertarás de las llamaditas nocturnas a Bembo's y Papa John's. Te olvidarás de las cucharadas soperas de Nutella y de los malignos carbohidratos que cambiarás por frutas, verduras y huevitos duros. ¿Quién quiere ser la cerdita que come baguette con roquefort a orillas del Sena al lado de su amado? ¿Qué novia se ve como un floating angel cuando camina por la nave central de la catedral si pesa 200 kilos?
En esta primera etapa la reducción está asegurada, la felicidad adelgaza, soñar adelgaza, reír adelgaza, todo lo que te diga tu Romeo adelgaza. Dejarás llevarte por el amor y la pasión y empezarás a comprar jeans más pequeños.
El segundo paso es el más duro, pero es el que te conducirá lenta e inexorablemente a pesar los kilos que pesabas cuando estuviste en tercer grado de primaria y te convertirá en el fideo sifilítico que siempre soñaste ser.
Un día cualquiera tu media naranja tocará a tu puerta y le abrirás como siempre. O así lo crees tú. Pero lo primero que notarás es la ausencia de ternura en su mirada, tu Romeo es ahora solo un depredador desconocido. No importa si tus células adiposas (seguramente instaladas en tu cerebro también)  han mermado tu capacidad perceptiva, ni así podrás dejar de notar la pose de bateador profesional de tu galán, no gordita, allí atrás fuertemente asido entre los puños no traerá rosas o tulipanes, ni geranios robados de la vecina traerá el puta. Lo que estará a punto de regalarte es su golpe de gracia.
Sentirás el pánico apoderándose de tu cuerpo, la sangre se despedirá de tu cara y se instalará en tus piernas, se te secará la boca, se dilatarán tus pupilas, respirarás veloz y profundamente, y tu corazón hará bum bum.
Tu cuerpito pulposo se preparará para lo único digno que le queda por hacer: huir. Pero cuando estés a una milésima de segundo de dar la media vuelta y salir corriendo como si fueras a reclamar herencia escucharás el silbido del aire a través del batazo y acusarás el golpe: certero, seco y demoledor. Te arrancará la cabeza y te contarán que tu amorosa versión de Babe Ruth la lanzó fuera del estadio como en la final de la serie mundial y que nadie la pudo encontrar. A Ruth, por razones obvias, tampoco.
Durante el sprint final la pérdida de peso será exponencial. Entumecida de dolor ingerirás una batería de ansiolíticos que bien podrían poner a dormir a un caballo hiperactivo. Por semanas y meses despertarás a medias una o dos horas al día solo para arrastrarte a tomar tu siguiente dosis. Tu boquita que antaño fuera hocico voraz se sentirá como cocida con aguja e hilo. Tu garganta como una barrera infranqueable. Tu esófago como vaciado con concreto. Y tu estómago como globo con hueco. No te preocupes gordita que como único recuerdo de este súper poderoso sprint solo te quedará una puerta rota y las palabras sabias y premonitorias del bombero que te traerá de vuelta: "todo estará bien, flaquita".

A así gordita, mientras lo pierdes todo, ser flaca pareciera no costar nada.


2 comentarios:

  1. Adicta,
    que bueno que reapareciste, siempre con tu prosa mordaz, inflexible, lúcida y deschavada. Good

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