Ser gorda es una maldición. Y no una maldición
cualquiera o de mala muerte, que podría ser fácilmente neutralizada con los
escupitajos mugrientos de un chamán norteño. No. La maldición de la gordura es
de aquellas que se arrastran por generaciones, como la de los Grimaldi, la
nobleza mas cool y ociosa de Europa, o
los Kennedy, herederos de Jackie O. y Camelot.
Una gorda embrujada vidas atrás ya lo intentó todo o
casi todo para deshacerse de los indeseados y nada atractivos kilos demás que algún
antepasado le endilgó inmerecidamente. Cada lunes empieza una nueva dieta,
método o ejercicio. O una triste e inútil combinación de los mismos.
Ya hizo rico a Jorge Hané comprando ilusionada Reduce Fat Fast. Sufrió
en carne propia el dolor de panza causado por Yotor el adelgazador. Se cagó de
frio colocándose las vendas de criogenia. Se asqueó con la dieta de la sopa. Probó
toditos los remedios caseros y trucos de la abuela. Se le deformaron los
nudillos de tanto vomitar hamburguesas y se desmayó en incontables ocasiones al
intentar mantenerse con vida ingiriendo, como la Moss, una aceituna al día.
Hay gordas, que presas de la desesperación se
someterían, inclusive, a alguna de las radicales cirugías que se ofrecen en el
menú antigordos de las clínicas y consultorios privados.
¿Será La banda? ¿La manga? ¿El bypass? ¿El balón?
Medirán su IMC y dependiendo de la cantidad de gerber que quieran comer por el
resto de sus vidas y del crédito disponible en sus tarjetas, tomarán la
decisión con la ayuda de su muy interesado y mercantilista gastroenterólogo.
Hasta la más inteligente y preparada de las gordas cree ingenuamente en cualquier huevada que le prometa una figura delgada y porte atlético
pero sobre todo permanente. Con esa fe
ciega y digna de un apóstol la gorda se las cree todas. La gorda le cree
inclusive a la flaca que hasta hace seis meses no era otra cosa que una marrana
de mierda que se comía cuanta porquería le pusieran en frente y que hoy con algunos kilos menos, se las
da de evangelista de la vida sana y el ejercicio. Vendedora de las ventajas del
brócoli sancochado y enemiga declarada de las grasas trans. A ver cuánto te
dura expuerca. Pero eso se acabo. C'est fini.
Hoy gordita, te voy a revelar el secreto mejor
guardado, el más custodiado, el santo grial de las dietas, el arca de la alianza
del adelgazamiento. Todo for free. ¡Si!
Así como lo escuchas, no down payments,
no credit cards, ninguna trampa, ningún
artilugio, ninguna artimaña. Un método probado, comprobado e infalible. La pura
purita. Aquí lo tienes.
El primer paso, gordita, es fácil e indoloro: tienes
que volverte loca de amor. Enamorarte como quinceañera del hombre más
maravilloso que haya visto la tierra jamás. Tienes que sentir que tu vida empezó
al conocerlo y que es tu alma gemela enviada por los dioses del olimpo para hacerte feliz.
Tu complemento. El merengue en tu suspiro de limeña. Debes sentir que andas
diez centímetros por encima del piso, que levitas. Animarte a sonreír porque sí
y parecer una demente a la vista de los otros. Tienes que sentir que todo en el
universo los conecta y que una magia extraña los ha unido y que no habrá fuerza
de la naturaleza capaz de separarlos. Enajenada deberás creer que el destino
les depara una montaña rusa de emociones extremas y hermosas jamás sentidas, deberás
compartir madrugadas con risas y besos, besos y más risas. Recibirás ramos de
rosas por nada, porque eres churra, su churra.
Te cantará la más linda de las milongas y para coronar
la fantasía te dirá que irán a París. La ciudad de la luz y del amor. El más
bello y romántico de los escenarios. Tu historia no podrá ser mejor. Saldrás
corriendo a comprar el candado que sellará tu amor por el resto de la vida y lo
cerrarás en el pont des Arts. La
llave, como dicta la tradición, será lanzada al río y abrazada a él sentirás
que todo es posible.
Para ese momento, gordis, ya habrás dejado de dormir y
eventualmente de comer tus habituales bocadillos. Desertarás de las llamaditas
nocturnas a Bembo's y Papa John's. Te olvidarás de las cucharadas soperas de Nutella
y de los malignos carbohidratos que cambiarás por frutas, verduras y huevitos
duros. ¿Quién quiere ser la cerdita que come baguette con roquefort a orillas
del Sena al lado de su amado? ¿Qué novia se ve como un floating angel cuando camina por la nave central de la catedral si
pesa 200 kilos?
En esta primera etapa la reducción está asegurada, la
felicidad adelgaza, soñar adelgaza, reír adelgaza, todo lo que te diga tu Romeo
adelgaza. Dejarás llevarte por el amor y la pasión y empezarás a comprar jeans
más pequeños.
El segundo paso es el
más duro, pero es el que te conducirá lenta e inexorablemente a pesar los kilos
que pesabas cuando estuviste en tercer grado de primaria y te convertirá en el
fideo sifilítico que siempre soñaste ser.
Un día cualquiera tu
media naranja tocará a tu puerta y le abrirás como siempre. O así lo crees tú.
Pero lo primero que notarás es la ausencia de ternura en su mirada, tu Romeo es
ahora solo un depredador desconocido. No importa si tus células adiposas (seguramente
instaladas en tu cerebro también) han
mermado tu capacidad perceptiva, ni así podrás dejar de notar la pose de
bateador profesional de tu galán, no gordita, allí atrás fuertemente asido
entre los puños no traerá rosas o tulipanes, ni geranios robados de la vecina
traerá el puta. Lo que estará a punto de regalarte es su golpe de gracia.
Sentirás el pánico
apoderándose de tu cuerpo, la sangre se despedirá de tu cara y se instalará en
tus piernas, se te secará la boca, se dilatarán tus pupilas, respirarás veloz y
profundamente, y tu corazón hará bum bum.
Tu cuerpito pulposo se
preparará para lo único digno que le queda por hacer: huir. Pero cuando estés a una
milésima de segundo de dar la media vuelta y salir corriendo como si fueras a
reclamar herencia escucharás el silbido del aire a través del batazo y acusarás
el golpe: certero, seco y demoledor. Te arrancará la cabeza y te contarán
que tu amorosa versión de Babe Ruth la lanzó fuera del estadio como en la final
de la serie mundial y que nadie la pudo encontrar. A Ruth, por razones obvias,
tampoco.
Durante el sprint final la pérdida de peso será
exponencial. Entumecida de dolor ingerirás una batería de ansiolíticos que bien
podrían poner a dormir a un caballo hiperactivo. Por semanas y meses despertarás
a medias una o dos horas al día solo para arrastrarte a tomar tu siguiente dosis. Tu boquita que antaño fuera hocico voraz se
sentirá como cocida con aguja e hilo. Tu garganta como una barrera infranqueable.
Tu esófago como vaciado con concreto. Y tu estómago como globo con hueco. No te
preocupes gordita que como único recuerdo de este súper poderoso sprint solo te quedará una puerta rota y
las palabras sabias y premonitorias del bombero que te traerá de vuelta: "todo
estará bien, flaquita".
Adicta,
ResponderEliminarque bueno que reapareciste, siempre con tu prosa mordaz, inflexible, lúcida y deschavada. Good
!Muy bueno, Claudia!
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